Eva Franch, la arquitectura sin límites
Es la primera mujer que llega a la dirección de la Architectural Association de Londres, la escuela donde se formaron referentes como Zaha Hadid o Rem Koolhaas.
En la arquitectura de hoy importan tanto las ideas como las construcciones: Franch ha llegado lejos sin levantar ninguna
Hace tres lustros, Franch era simplemente una buena estudiante recién graduada. ¿Cómo ha sido su ascenso al olimpo de la arquitectura sin haber levantado ningún edificio? La respuesta a esta pregunta define lo que el siglo XX entiende por arquitectura: una nueva forma de actuar en la que las ideas, la creatividad y la educación son tan importantes como la construcción.
Franch llegó a Nueva York tras estudiar en Barcelona y en Delft (Holanda). Tardó poco en abrir una oficina en Manhattan —Office of Architectural Affairs—, en la que, sin prejuicios, aceptaba y proponía trabajos como conferenciante, escritora, profesora, diseñadora o performer. Más allá de ampliar el marco laboral de la arquitectura, se convirtió en un personaje popular por sus infatigables iniciativas. Así, aunque reivindica el viaje sin movimiento —“explorar no es cuestión de distancia, sino de actitud”—, explica que con tanto desplazamiento trata de abrir puertas. Con todo, el primer viaje que recuerda fue a Barcelona. Tenía tres años y fue a visitar a la familia de su madre. “Nos quedábamos en casa de la tía María, en las Cocheras de Sarriá diseñadas por José Antonio Coderch en 1968 y flanqueadas por el Portal Miralles, diseñado por Antoni Gaudí en 1901”. Lo cuenta para, a renglón seguido, aclarar: “Nadie en mi familia me transmitió nunca ninguna apreciación por la arquitectura, pero era obvio que ese lugar en medio de la ciudad, con una atmósfera doméstica, espacios peatonales, ventanas como jardineras y una materialidad de ladrillo casi geológica, era un lugar especial. Lo que yo no sabía en aquel momento era cuánto”.
Catorce años después lo averiguó. Fue a vivir con la tía de su madre mientras estudiaba arquitectura: “Viví en esas cocheras, compartiendo su piso de portería. El tercer día de clase, el profesor de dibujo nos convocó para delinear una de las obras maestras de uno de los grandes arquitectos de la ciudad. Estuve dibujando mi casa durante una semana”.
El padre de Franch era capataz en el puerto de Sant Carles de la Ràpita. Con él aprendió a caminar por los márgenes de los arrozales y “a saludar a todo aquel que se te cruza en la calle”. Murió de cáncer cuando ella tenía 15 años. Su madre —hoy jubilada— era peluquera, al igual que su abuela y que una de sus hermanas: “Pura estética, composición, sociología… Las lecciones que uno aprende en una peluquería son infinitas”.
La menor de cuatro hermanos, Franch asegura que creció “escuchando” el delta del Ebro. “Un lugar de gran simplicidad paisajística donde el horizonte es un protagonista permanente y los ciclos naturales se manifiestan de una forma espectacular: del verde de mayo de los campos de arroz al amarillo de finales de agosto. Del olor de barro y tierra del otoño tras la cosecha a los inviernos de vientos violentos y llanuras de agua convertidas en espejos de las nubes”. Considera que en el delta uno aprende la importancia del equilibrio entre el territorio y el ser humano, la ecología y la política. No se dio cuenta entonces, pero creció con la lección cotidiana de las especies invasoras, la política de aguas, la resistencia y la especulación.
Su mayor logro hasta ahora ha sido tender puentes. O destrozar la solidez de las identidades: “Como a los humanistas, me interesa entender la sociedad desde el todo”.
Defiende que un título no garantiza nada, pero una buena educación lo garantiza todo. “La arquitectura es una de las disciplinas que permite entender y relacionar lo social, lo político y lo económico a través de lo estético y lo formal para producir nuevas aspiraciones colectivas”. Eso es lo que pretende enseñar en la AA de Londres, donde fue votada mayoritariamente entre los diversos candidatos internacionales: “Que la arquitectura debe aspirar a la simplicidad sin ser simplista y entender la complejidad de la realidad sin complicarla”. Busca aclarar que en un mundo impulsado por modelos de negocio, los modelos de sociedad deben mover a la arquitectura.
¿Cómo lograrlo? Como directora de la Storefront for Art and Architecture, el espacio expositivo neoyorquino que dedicó a la difusión y producción de ideas, Franch inició el proyecto Letters to the Mayor, en el que proyectistas de 20 ciudades del mundo hicieron propuestas a sus ediles. Años más tarde, las cartas las escribían a los promotores: “Cada arquitecto debía agradecer a un promotor un proyecto que iba más allá de las prácticas habituales, que contribuía al bien común”. Franch reivindica que “el arquitecto tiene que tomar una posición de liderazgo en la imaginación del futuro y no solo en la materialización de los modelos heredados”.
Cómo lograrlo es el reto que ahora afrontará desde Londres. También su gran oportunidad. ¿Tendrán esas investigaciones una traducción arquitectónica? “La arquitectura nos debe representar a todos”, sostiene. Y habla de “construir en los espacios de la imaginación”. No teme que ese mensaje distancie la arquitectura de la sociedad en un momento en el que muchos proyectistas hacen examen de conciencia, y escucha lo que la gente necesita. “Me viene a la cabeza Henry Ford”, espeta. “Él dijo: ‘Si le hubiera preguntado a la gente lo que querían, habrían dicho caballos más rápidos”.
“Más que formar arquitectos, nuestro reto es formar grandes creadores y pensadores a través de la arquitectura”
Defiende que es importante “permitir al arquitecto especular, ir más allá de las necesidades inmediatas”. Puede ser. Pero entonces, ¿quién se encargará de las necesidades inmediatas? ¿No habíamos quedado en que la arquitectura tenía que ser para todos? “Esta es una de las pocas disciplinas con el privilegio y la responsabilidad de unir todas las esferas de la sociedad”, responde. “La AA ha producido profesionales como Richard Rogers o Rem Koolhaas, pero también como Fergus Henderson, el chef fundador del restaurante St. John. Más que formar arquitectos, el reto es formar a través de la arquitectura grandes creadores y pensadores”.